Qué es MONDO CANE?
Esta sección pretende poner sobre relieve a aquellas figuras que desde la política, la economía y la sociedad, ponen sus energías al servicio de los intereses de la antipatria. Son personajes que disfrazados de republicanos y democráticos reciben el cobijo de los monopolios de comunicación y las finanzas. Pero, como diría uno de los creadores de la TV vernácula, Gerardo Sofovich, “nadie resiste un archivo” y mucho más hoy, internet mediante. Es un compromiso ineludible desenmascarar a todos esos “farabutes” que se la pasan vomitando antiperonismo sin que tengamos, muchas veces, la posibilidad de esgrimir nuestro derecho a la réplica. Como se trata de un ejercicio militante y popular, recurriremos a la ayuda y colaboración de contenidos de todos los compañeros que pertenecen al enorme espacio Bloggero Nac&Pop. Comentar y Opinar es un buen ejercicio.
El ejemplo más irritante de estos días: Margarita Barrientos, que fue Mujer del Año en la Feria de las Naciones, y cierto mediodía comió con Mirtha Legrand. El ejemplo del buen villero. El que no cuestiona su condición.
Quienes viven al frente de la Villa 3, sobre la calle Mariano Acosta, bajo techos de chapa que tiemblan cada vez que pasa el premetro, dicen que ellos no son de la villa. “Los villeros son los del fondo”, comentan con un dejo de lástima, sobre los que moran más atrás que ellos, tan atrás que el caserío se extiende hasta la piel del Parque Indoamericano, pasando Los Piletones.
Es cierto, vivir en el contorno de la villa, sobre la calle abierta al tránsito, donde puede venir la ambulancia si hace falta, y llegar tranquilamente el remís, representa una ventaja nada despreciable sobre los que viven atrás, “los villeros del fondo”. La villa se define precisamente por eso: el pasillo, la ocupación de hasta el más mínimo vestigio de terreno para montar sobre él una casilla increíblemente precaria; el amontonamiento.
Difícil hallar una escena más impactante y violenta que un incendio en la villa. El fuego devorándoselo todo. El ruido a incendio desatado y voraz, parece el golpe seco de una colcha pesada, empapada todavía, agitándose sobre la soga. Como un cáncer avanzando sobre los tejidos contiguos al tumor, el incendio lo hace con las casas de al lado. Y las cosas. Las pocas cosas. En un segundo. Y el camión de bomberos que no entra hasta ahí, apenas si los hombres con sus cascos y sus mangueras larguísimas, que tardan más minutos que lo tolerable en combatir las llamas. Cada segundo que se tarda en tirar agua representa un bien menos, de esos que ya no se recuperan. Una casa quemada más.
Sobre el frente de la villa, las casas también se carbonizan, pero los efectos son menores. El incendio es proporcionalmente grave según el hacinamiento donde se desata. Por cierto, la dramática falsa conciencia que anida en la nuca de los sectores populares no es un concepto para estudiantes avanzados de ciencias sociales. En verdad, entre los que viven sobre el perímetro de la villa, y quienes lo hacen en la pulpa del fondo, no hay grandes diferencias. Objetivas, al menos. Llegado el caso, el fuego iguala lo que la falsa conciencia trabajada por la cultura dominante quiere presentar separado y distante, para que sus protagonistas no se reconozcan pares y den pelea en mejor condición.
Para los vecinos de los monoblocks de Soldati, cuyos edificios se caen a pedazos, también los del frente de la villa son villeros. Para muchos de los que viven en los barrios de clase media y ascendentes, con subte y cine cerca, los villeros son todos. Cruzando las avenidas Eva Perón o Caseros, el suburbio empieza a ponerse espeso. Son todos negros. Perucas, bolitas, paraguas, coyas, da igual. Así entienden la integración latinoamericana los porteños domiciliados de Rivadavia para el norte. Está claro: la falsa conciencia no es determinada por una cuestión geográfica-barrial, pero esta disquisición catastral, digamos, quizás sirva para graficar la situación.
La cuestión es cómo opera el Estado sobre esa problemática social y su huella en la cultura. Si manda censistas o policías, topadoras o médicos. Y qué discursos construye para justificarlo.
El ejemplo más irritante de estos días: Margarita Barrientos, Mujer del Año en la Feria de las Naciones, y que cierto mediodía comió con Mirtha Legrand. El ejemplo del buen villero. El que no cuestiona su condición. El que admite mansamente la limosna de los ricos y, no obstante, se las manda a guardar a sus iguales de clase, en quienes no se reconoce. La víctima que acepta resignada su posición en la estructura social, en virtud de la cual se permite tirar la patadita y despotricar contra el gobierno al lado de la Mesa de Enlace o el falso ingeniero Blumberg, el de la carpetita. Si la víctima lo dice, tiene razón. Bah, según qué diga. Si es Barrientos, mujer del año; pero si es Pitu, un puntero K. “Tienen delegados por manzana que te dicen qué tenés que hacer”, comenta otra que asiste habitualmente al comedor de Margarita. Paren las rotativas: los pobres están organizados.
“Yo los vi, pasaban con una camioneta que decía ‘Cristina 2011’. Todos tienen casa en Los Piletones. No tienen necesidad. Los conozco bien porque vienen a mi comedor”, insiste Barrientos, gustosa ante las cámaras de TN, para que el cronista ponga cara de compungido y sobreactúe el comentario. Se contradice, sin embargo: si los vecinos que ocuparon los terrenos no tienen necesidad, qué razón los lleva a ir a su comedor.
Cuando la toma del Indoamericano, Barrientos, que oficia de propagandista todo terreno de Mauricio Macri, se quejó precisamente por eso: los camiones con múltiple ayuda no llegaban hasta su puerta. Claro, así se rompía el círculo vicioso del hiper capitalismo, que derrama sus sobras sobre el pobrerío, para que los explotados sobrevivan un tiempo más, lo estrictamente necesario para seguir produciendo las riquezas que los patrones acaparan para sí.
De los últimos años, el yerro más patente en la conciencia de los sectores populares ocurrió durante el conflicto entre el gobierno nacional y las patronales del agronegocio. No sólo la clase media de las grandes urbes salió a tocar la cacerola, situando accidentadamente sus intereses de clase junto a los de los terratenientes y exportadores de soja; también los pocos trabajadores rurales registrados y además nucleados en la UATRE, el gremio de los peones de campo, que ahora juega con Barrionuevo en el furgón del fondo del duhaldismo residual.
La etapa abierta en 2003, y que con dificultades, pero también con alentadores descubrimientos, hasta aquí ha llegado, inaugura un serio intento por resignificar la conciencia de los argentinos sobre los conflictos que nos atraviesan, redescubriendo nuestra verdadera identidad social y cultural. Nunca como en estos años se transitó el camino de la integración latinoamericana, no sólo en el plano macroeconómico, lo cual ya sería importante, entre socios comerciales asimétricos, sí, pero con voluntad integradora, bajo el soporte Mercosur. También, en una perspectiva política, cultural e histórica. El kirchnerismo recupera como valor en sí mismo el análisis palmo a palmo de la Historia. La reinterpreta, para decirnos nuevamente como pueblo y sociedad. El cambio oficial en el calendario de feriados nacionales es un modo de situarse ante la Historia. Apunta a crear una manera argentina de estar en el mundo.
El vergonzante avance fascista de los últimos días, expresado por Macri y su clan porteño, y las movidas que buscan desestabilizar al gobierno nacional y crear caos, quieren retrotraernos a tiempos ya superados. No cronológicamente, sino históricamente. Al crecer como maleza en el relato mediático, sus rancios discursos provocan conductas pavorosas. Criaturas de temer. Macri parece desconocer aquella sentencia tan conocida de Carlos Marx, y que hasta la presidenta Cristina Fernández ha citado alguna vez: si se repitiera, la Historia volvería como tragedia o como farsa. Cuidado, entonces. Hay que pasar el verano todavía.
* Demetrio Iramain para Tiempo Argentino
Quienes viven al frente de la Villa 3, sobre la calle Mariano Acosta, bajo techos de chapa que tiemblan cada vez que pasa el premetro, dicen que ellos no son de la villa. “Los villeros son los del fondo”, comentan con un dejo de lástima, sobre los que moran más atrás que ellos, tan atrás que el caserío se extiende hasta la piel del Parque Indoamericano, pasando Los Piletones.
Es cierto, vivir en el contorno de la villa, sobre la calle abierta al tránsito, donde puede venir la ambulancia si hace falta, y llegar tranquilamente el remís, representa una ventaja nada despreciable sobre los que viven atrás, “los villeros del fondo”. La villa se define precisamente por eso: el pasillo, la ocupación de hasta el más mínimo vestigio de terreno para montar sobre él una casilla increíblemente precaria; el amontonamiento.
Difícil hallar una escena más impactante y violenta que un incendio en la villa. El fuego devorándoselo todo. El ruido a incendio desatado y voraz, parece el golpe seco de una colcha pesada, empapada todavía, agitándose sobre la soga. Como un cáncer avanzando sobre los tejidos contiguos al tumor, el incendio lo hace con las casas de al lado. Y las cosas. Las pocas cosas. En un segundo. Y el camión de bomberos que no entra hasta ahí, apenas si los hombres con sus cascos y sus mangueras larguísimas, que tardan más minutos que lo tolerable en combatir las llamas. Cada segundo que se tarda en tirar agua representa un bien menos, de esos que ya no se recuperan. Una casa quemada más.
Sobre el frente de la villa, las casas también se carbonizan, pero los efectos son menores. El incendio es proporcionalmente grave según el hacinamiento donde se desata. Por cierto, la dramática falsa conciencia que anida en la nuca de los sectores populares no es un concepto para estudiantes avanzados de ciencias sociales. En verdad, entre los que viven sobre el perímetro de la villa, y quienes lo hacen en la pulpa del fondo, no hay grandes diferencias. Objetivas, al menos. Llegado el caso, el fuego iguala lo que la falsa conciencia trabajada por la cultura dominante quiere presentar separado y distante, para que sus protagonistas no se reconozcan pares y den pelea en mejor condición.
Para los vecinos de los monoblocks de Soldati, cuyos edificios se caen a pedazos, también los del frente de la villa son villeros. Para muchos de los que viven en los barrios de clase media y ascendentes, con subte y cine cerca, los villeros son todos. Cruzando las avenidas Eva Perón o Caseros, el suburbio empieza a ponerse espeso. Son todos negros. Perucas, bolitas, paraguas, coyas, da igual. Así entienden la integración latinoamericana los porteños domiciliados de Rivadavia para el norte. Está claro: la falsa conciencia no es determinada por una cuestión geográfica-barrial, pero esta disquisición catastral, digamos, quizás sirva para graficar la situación.
La cuestión es cómo opera el Estado sobre esa problemática social y su huella en la cultura. Si manda censistas o policías, topadoras o médicos. Y qué discursos construye para justificarlo.
El ejemplo más irritante de estos días: Margarita Barrientos, Mujer del Año en la Feria de las Naciones, y que cierto mediodía comió con Mirtha Legrand. El ejemplo del buen villero. El que no cuestiona su condición. El que admite mansamente la limosna de los ricos y, no obstante, se las manda a guardar a sus iguales de clase, en quienes no se reconoce. La víctima que acepta resignada su posición en la estructura social, en virtud de la cual se permite tirar la patadita y despotricar contra el gobierno al lado de la Mesa de Enlace o el falso ingeniero Blumberg, el de la carpetita. Si la víctima lo dice, tiene razón. Bah, según qué diga. Si es Barrientos, mujer del año; pero si es Pitu, un puntero K. “Tienen delegados por manzana que te dicen qué tenés que hacer”, comenta otra que asiste habitualmente al comedor de Margarita. Paren las rotativas: los pobres están organizados.
“Yo los vi, pasaban con una camioneta que decía ‘Cristina 2011’. Todos tienen casa en Los Piletones. No tienen necesidad. Los conozco bien porque vienen a mi comedor”, insiste Barrientos, gustosa ante las cámaras de TN, para que el cronista ponga cara de compungido y sobreactúe el comentario. Se contradice, sin embargo: si los vecinos que ocuparon los terrenos no tienen necesidad, qué razón los lleva a ir a su comedor.
Cuando la toma del Indoamericano, Barrientos, que oficia de propagandista todo terreno de Mauricio Macri, se quejó precisamente por eso: los camiones con múltiple ayuda no llegaban hasta su puerta. Claro, así se rompía el círculo vicioso del hiper capitalismo, que derrama sus sobras sobre el pobrerío, para que los explotados sobrevivan un tiempo más, lo estrictamente necesario para seguir produciendo las riquezas que los patrones acaparan para sí.
De los últimos años, el yerro más patente en la conciencia de los sectores populares ocurrió durante el conflicto entre el gobierno nacional y las patronales del agronegocio. No sólo la clase media de las grandes urbes salió a tocar la cacerola, situando accidentadamente sus intereses de clase junto a los de los terratenientes y exportadores de soja; también los pocos trabajadores rurales registrados y además nucleados en la UATRE, el gremio de los peones de campo, que ahora juega con Barrionuevo en el furgón del fondo del duhaldismo residual.
La etapa abierta en 2003, y que con dificultades, pero también con alentadores descubrimientos, hasta aquí ha llegado, inaugura un serio intento por resignificar la conciencia de los argentinos sobre los conflictos que nos atraviesan, redescubriendo nuestra verdadera identidad social y cultural. Nunca como en estos años se transitó el camino de la integración latinoamericana, no sólo en el plano macroeconómico, lo cual ya sería importante, entre socios comerciales asimétricos, sí, pero con voluntad integradora, bajo el soporte Mercosur. También, en una perspectiva política, cultural e histórica. El kirchnerismo recupera como valor en sí mismo el análisis palmo a palmo de la Historia. La reinterpreta, para decirnos nuevamente como pueblo y sociedad. El cambio oficial en el calendario de feriados nacionales es un modo de situarse ante la Historia. Apunta a crear una manera argentina de estar en el mundo.
El vergonzante avance fascista de los últimos días, expresado por Macri y su clan porteño, y las movidas que buscan desestabilizar al gobierno nacional y crear caos, quieren retrotraernos a tiempos ya superados. No cronológicamente, sino históricamente. Al crecer como maleza en el relato mediático, sus rancios discursos provocan conductas pavorosas. Criaturas de temer. Macri parece desconocer aquella sentencia tan conocida de Carlos Marx, y que hasta la presidenta Cristina Fernández ha citado alguna vez: si se repitiera, la Historia volvería como tragedia o como farsa. Cuidado, entonces. Hay que pasar el verano todavía.
* Demetrio Iramain para Tiempo Argentino
Sí Javi,yo vi la nota y realmente es irritante la opinión de esta mujer que siempre ha recibido la limosna de quienes pretenden lavar culpas... a mi me recuerda en eso de presentarse como paladín de defensa del pobrerío al padre Grassi.
ResponderEliminar